domingo, 20 de febrero de 2011

¿Qué es el Derecho a la ciudad?


Es la libertad y el poder de cualquier ciudadano para formar parte del proceso de construcción y mejora continua de la ciudad en la que vive, y en la cual crece como persona. 
Por eso es importante el Derecho a la ciudad, porque en medida que tenemos la libertad y el poder de decidir qué hacer en ella, tenemos el control de nuestros hogares y la libertad de reconstruirnos a nosotros mismos.

Cities & citizenship...

Hola soy Ariana y soy mexicana.
Hola soy Ariana y soy ciudadana mexicana.
Hola soy Ariana y soy ciudadana americana, mexicana de nacimiento.
La tercera frase es falsa. Pero aún así, de las dos primeras, no sé cuál sea la más verdadera.
Sí, soy Ariana y soy mexicana, pero ¿ciudadana? Lo soy, lo soy desde el momento en que he aceptado ir y hacer los trámites de mi credencial de elector justo antes de cumplir 18 años, y cuando los tuve... ir por ella y ser totalmente una ciudadana mexicana. Ciudadana responsable, lo dudo, quizá sea mayormente responsable. No tiro basura en la calle, no robo, no me embriago en la vía pública -en la privada, quizá-, pago mis cuotas escolares, no veo televisión más de 8 hrs. seguidas, jamás he ido a prisión preventiva... y he votado en un par de ocasiones -las únicas en las que he podido ser participe-. 
Aún con eso, sé que soy ciudadana porque tengo derechos y obligaciones que adquirí con mi famosa IFE, pero no hubo una ceremonia oficial en donde se me leyeran todas mis nuevas adquisiciones. No creo que hacer fila por 2 hrs., oír mi nombre de voz de una señora algo gangosa y firmar algunos papeles, sea un acto oficial digno de ser recordado como el momento en que adquirí mi ciudadanía, pero dicen que ese fue el momento en que "la" obtuve. Y aunque duele reconocer que no tuve ningún acto pomposo por aquello, fue ahí en donde me convertí en Mexicana con todas las de la ley.
Quizá para mí es fácil reconocer qué día me volví mexicana, pero para otros, quizá no sea tan fácil.
Hablo de mis paisanos que viviendo en el mismo México que yo, están lejos de ser mexicanos... ellos que viven en esos lugares que el INEGI nombra como zonas geográficamente discriminadas, es decir viven bien pero bien lejos de la civilización -algunos dicen que hasta en cuevas-, de ser esto cierto, no creo que sepan los alcances de su ciudadanía, puesto que todo ciudadano mexicano tiene derecho a vivir en una morada digna. ¿Serán ellos entonces menos mexicanos, que nosotros los que vivimos en la ciudad? No tengo una respuesta certera, pero sé que estando en las ciudades es más fácil tener una cultura cívica y política más pulida en que en un ambiente rural, además sé que en los lugares en donde más población se concentra, para el gobierno es más preocupante no dar una respuesta a sus demandas, ya que los movimientos sociales que puedan generar son bastante peligrosos para la estabilidad del gobierno mismo.
Ser ciudadano no depende de una ciudad, pero estando en ella es más fácil serlo, estando en ella, se es un ciudadano de mejor calidad, con mejores servicios, un ciudadano visible.

No basta con vivir en un país, o en una ciudad, ¿somos ciudadanos a donde quiera que vayamos? No, es triste decirlo pero somos ciudadanos en medida de lo que las leyes dictan. Y no podemos andar por el mundo pensando en que somos ciudadanos del mundo y todos tenemos las mismas libertades y derechos, y ahí... nuestros paisanos que viven al rededor del mundo, ¿están protegidos? Lo están en medida de su estatus legal, y después de eso, no. Quizá el que un papel te diga, Señor es usted ciudadano de X o Y país, nos hace sentirnos seguros en él, pero no nos hace sentirnos de él. La gran parte de las veces, cuando alguien deja su lugar de origen, desarrolla una especie de nacionalismo tardío, en donde las nostalgías recurrentes no son las suficientes para volver, pero sí lo son para reconocerse como Mexicanos.
Ser ciudadano no es lo mismo que tener una nacionalidad, y eso no debería importarnos, todos somos iguales en medida de la tierra que pisamos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Eterno sueño sin retorno.

¿También el tuyo se fue? -Sí, necesitábamos terminar de construir la casa.
Quizá una de las cosas más extrañas que me hayan pasado en los últimos días es volverme un radar en las conversaciones ajenas y poder extraer de ellas vivencias que de no ser ajenas, jamás hubiera podido “vivir”  y de las que siempre se puede aprender algo. A continuación narraré la historia de dos mujeres adultas y su experiencia al construir  un sueño, su casa.

Ambas mujeres, tenían visiblemente más de 50 años, son vecinas y viven en el norte del Distrito Federal, eso lo sé porque el Metro de nuestra ciudad nos permite conocer diariamente a cientos de personas diferentes, que en algunas ocasiones se abren ante los ojos y oídos de todos los pasajeros de un vagón para contar intimidades a un amigo compañero de viaje, que terminan siendo escuchadas por todos los presentes.

El lugar era un establo –dijo una de ellas- yo ya me quería ir a mi casa, con mi mamá, ella vivía allá en la Morelos, imagínate, toda la vida con tanta gente y de pronto llegar ahí y ver que no había casi nadie, apenas éramos como tres familias y lo peor es que mi marido me dejaba ahí metida todo el día, que para que no nos fueran a invadir, con el miedo que me daba. Pero me aguante, y me aguante no por mi, sino porque mi papá fue a hablarme, a decirme que así es la vida y que tenía que sufrir tantito para tener las cosas, así como ves ahorita la casa, comenzamos con dos cuartos, uno que era la cocina -comedor y el otro la recamara.

Justo una noche antes de escuchar esta conversación había hecho la lectura del Diagnóstico de la Calidad de vida en el DF, y no podía evitar vivir todo lo que la señora narraba. Entonces recordé el fenómeno de la autoconstrucción y fue cuando ella le conto a su acompañante que entre su marido y su suegro habían hecho la primera parte de esa casa, y después, la cosa se puso dura –esas fueron sus palabras- y fue cuando su marido tuvo que irse... pues tenían que terminar la casa, porque ya tenían tres hijos y con el sueldo que tenía él, jamás iban a terminar. - ¿Y para dónde se fue? Yo me fui con mi marido a Nueva York, pero vieras cuánto nos costó para conseguir trabajo –fueron las palabras de la otra mujer, aquella que sólo escuchaba, pero ahora también contaba su historia-. Se fue a San Francisco, pero no creas que fue fácil, yo sola con los tres chamacos y mi marido que quería que su papá siguiera construyendo la casa solo, no, no, ya pasaron más de 20 años de eso y todavía seguimos construyendo, ya estoy harta, toda la comida me sabe a cemento.

No pude evitar sonreír ante el comentario de la señora, “toda la comida me sabe a cemento” , pensé entonces en las casas de venta de materiales y en todos los números que dicen que 70% de su capital entra por las ventas al menudeo , y la eterna mejora de las casas que han surgido con el fenómeno de la autoconstrucción , la casa de la señora llevaba al menos 20 años sin dejar de ser construida, primero fue su marido junto con su suegro para después añadir a los hijos y así, tenía una familia con el sueño de ver su casa terminada, un sueño eterno con mejoras eternas, porque siempre aunque parezca que ya está, siempre sale algo más –dijo la señora con bastante firmeza.

Ambas mujeres habían llegado allí desde su juventud, con sólo sueños en los bolsillos y miedo, miedo a que las cosas no salieran bien. La otra mujer, aquella que apenas hablaba dijo –Tanto que hemos sufrido para tener nuestras cositas, como para dejarlas así, ya cuando mis hijos ganen más dinero entonces vamos a terminar la casa-. Era más que innegable, la autoconstrucción para ellos era una forma de vida, era la esperanza eterna de un futuro mejor, la comida necesita saberles a cemento para poder sentirse realizados, para poder tener sus cositas.
Quizá por fuera sea un fenómeno difícil de entender, pero estando allí, solo, ocupando un terreno de manera ilegal, temiendo a un desalojo, construyendo sin descanzo... quizá sólo estando en esa posición entenderíamos el por qué de la apariencia de eternidad en la autoconstrucción, ¿por qué parece que nunca terminan? 

domingo, 13 de febrero de 2011

Deep Democracy

Seguramente si justo ahora saliera a la calle a preguntar ¿Qué es democracia? la mayoría de las personas responderían algo que de alguna manera se relacionara con el sufragio electoral, con las campañas políticas o con la frase que aprendimos en la escuela básica, "La Democracia es el gobierno del pueblo" y quizá sea una de las cosas que todos damos por sentado en nuestra realidad, pero basta con que alguién un día de pronto nos cuestione acerca de lo que entendemos por Democracia para comenzar a tener problemas existenciales y entonces cuestionarnos acerca del verdadero significado de ésta.

Quizá cuando nacemos siendo parte de un país "democrático" nadie nos enseña o alecciona al respecto de lo qué es la Democracia, pero todos entendemos que vivir en democracia es tener cierta libertad, es poder escoger entre uno u otro, pero, ¿realmente sabemos ser ciudadanos de un país "democrático"? en efecto, quizá no sea fácil decirlo pero necesitamos ejercer la democracia para decir que vivimos en ella, pues el gerundio es la única manera de entenderla en su más amplio sentido. 

La solidaridad del mexicano es quizá uno de los más grandes dones de este gran pueblo, y basta con ver el número de Organizaciones de la Sociedad Civil que han surgido en la última década con la intención de ser parte  de un cambio, un cambio que es de todos y no sólo de unos, para descubrir que cada vez somos menos los que creemos que la Democracia es sólo ir a votar y dejar que nuestros gobernantes hagan algo por nosotros, en una especie de voto de fé. Hemos comenzado así, a ser un pueblo consciente de nuestros problemas y conocedores de los males que aquejan a nuestra sociedad, lo cual nos coloca en ventaja para poder resolver muchos de los nuestros conflictos de manera exitosa, pues nosotros sabemos cómo se han de hacer las cosas adecuadas a la medida de nuestras necesidades y no sólo acatamos ordenes de alguien que cree saber qué es lo que necesitamos.

Justo en esta dinámica es en donde entramos como sociedad civil organizada, una sociedad que no encuentra el límite el la urna electoral sino en la acción por tratar de resolver un problema, en poder colaborar junto con las autoridades para poder tener respuestas y soluciones reales, y no sólo paliativos. Porque sólo trabajando juntos, disminuyendo nuestras diferencias es como lograremos salir adelante, estableciendo vínculos de comunicación efectiva y teniendo todos la capacidad de reconocernos como actores de todo esto a lo que llamamos nuestro entorno.
Deep Democracy... Democracia profunda, necesitamos todos ser parte de ella, volvernos ella, pero necesitamos también que la democracia sea entendida como algo más que ir a votar, que sea entendida como un modo de vida en donde lo uno que importa es la seguridad que podamos tener en cualquier sentido.

sábado, 5 de febrero de 2011

The right to the city.

El derecho a la ciudad. Quizá como citadinos creamos tenerlo, pero ¿realmente tenemos derecho a la ciudad? La respuesta puede ser un simple sí, pues el sólo hecho de vivir en ella nos hace sentir sus propietarios, aunque realmente no seamos más que los habitantes de una ciudad huérfana o en todo caso una ciudad con cientos de padres y madres que la han dejado a la deriva, y ahora por sí misma se convierte en el cúmulo de todos los sueños y esperanzas de sus progenitores y aquellos que la han adoptado como recipiente de sus nuevas ilusiones, además de ser la respuesta a ellas. La ciudad se edifica entonces como el reflejo de los sueños del hombre, pero no responde al hombre como amo, padre o camarada, y no responde a él, no porque no quiera, sino más bien  porque nosotros mismos hemos delegado nuestro derecho a la ciudad, junto con nuestra soberanía. Sí, hemos perdido gran parte de nuestro derecho a la ciudad desde el momento en que votamos por otro que se encargará de velar por nuestros intereses y de saber cuáles son nuestras necesidades, pero ese otro puede traicionarnos o simplemente olvidarnos y actuar, no por los intereses de la mayoría, sino por los intereses que se ligan con sus sueños de Poder. Así, no es que un día el derecho a la ciudad se nos perdiera, es sólo que la ciudad nunca ha sido más nuestra que cuando soñamos con ella, cuando caminamos en ella, cuando nos convertimos en ella, pero también es la ciudad de todos y nadie, una ciudad rebelde que aveces es dominada y contenida por los otros y en otras veces es apapachada por ellos, pero nosotros, sus células hemos olvidado como exigir nuestro derecho a la ciudad y nos conformamos con decir que es nuestra, aunque nunca hayamos hecho nada por ella. 
  
La ciudad es nuestra porque aquí vivimos, es lo que creemos. Pero cuando las cosas son nuestras tenemos la libertad de hacer en ellas los cambios que nos plazcan y éste no es el caso. Cuando soñamos, nuestros sueños no son sólo nuestros, gran parte de las veces son sueños compartidos, proyecciones de necesidades colectivas... pero ¿Dónde está  la vía que nos permita el acceso a la reconstrucción continua de la ciudad?¿En dónde queda nuestra voz como habitantes de la ciudad? Los intereses de los otros, esos que nosotros elegimos o aquellos que dejaron de ser como nosotros para convertirse en cómplices de los que toman las decisiones de lo que se hará en nuestro hábitat citadino, pensando siempre en obtener cada vez más poder, son los que si tienen voz y voto en el hacer y deshacer en la ciudad, dejándonos a nosotros en una especie de desprotección ante sus deseos y la suerte de sueños de grandeza que puedan tener.

La ciudad se ha vuelto así en el instrumento perfecto para colocar capital y multiplicarlo, una y otra vez hasta agotar el binomio. Mientras que sus habitantes se convierten en la última preocupación, para aquellos que tienen la capacidad de decidir aunque sean ellos mismos -los habitantes- quienes hayan decidido a quién o no poner en esa privilegiada posición. ¿Vivimos entonces en ciudades que nos acogen o somos nosotros quienes acogemos ciudades aunque estás no sean buenas anfitrionas? Lo único que es notable, es que la ciudad en la que vivo -Ciudad de México- piensa en sus habitantes porque es el máximo laboratorio electoral del país, pero piensa en ellos como lo haría un padre de niños pequeños, dándoles un dulce para olvidar las cosas o respondiendo con mentiras a los cuestionamientos incómodos. Deberíamos quizá tomar nuestra voz, levantarla y pedir lo que necesitamos, deberíamos quizá, no sentirnos solos en una ciudad de 8,720,916  millones de habitantes y saber que estamos junto a 8 720 915 millones más, y no basta con entrar a un vagón de metro y reducir nuestro espacio vital a 30 cm cuádrados para poder estar unidos y saber que podemos contar el uno con el otro. Sólo tenemos que reconocernos como sociedad y recordar que tenemos el derecho a la ciudad, tanto como lo tienen los otros.



Reflexión basada en el texto "The right to the City" de David Harvey.