La ciudad es de todos por lo tanto es de nadie.
La ciudad es de todos por lo tanto es mía.
¿Cuál es la diferencia? Quizá entre la utopía armónica y la conflictiva realidad no existan más de dos palabras -al menos en el discurso teórico- pero en la realidad, la diferencia radica en lo que es y no lo que no es. La ciudad es de todos y por lo tanto es mía, se vuelve así la frase con la que más personas podrían identificarse y justamente en ella radica lo que es, una ciudad de la que todos se creen dueños y llena de distinciones sociales.
Una ciudad desvirtuada en donde la realidad supera cualquier expectativa de esperanza, es la ciudad en donde vivimos... entre discriminación sublime y exclusión social, la ciudad dista de ser perfecta, pero no por eso deja de ser el depósito de miles de cientos de sueños por cumplir. Es aquí en donde cabe el espacio público y el alcance de éste.
Una ciudad con calidad de vida es una ciudad en donde el espacio público es el necesario para poder proveer a sus ciudadanos de espacios libres, en donde pueda generar vínculos sociales, redes, construir sociedad. Pero cuál es el límite del espacio público, la respuesta puede ser obvia, su límite es el espacio de lo privado. Un espacio en donde la libertad no es la mayor característica y por lo contrario pretende en ocasiones volverse un engañoso tipo de espacio público, pero con restricciones.
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